En silencio, estoy triste. Hoy, en horas de la mañana, me enteré que mi maestra de español de undécimo grado, falleció. Murió Gloria Rivera; luego de más de dos años de batallar con un cáncer.
Gloria Rivera, fue una mujer de baja estatura, de un tono de hablar muy particular y rápido, más la distinguía una determinación, una pasión y una vocación, indescriptibles. Su rol, siempre fue educar. Sin embargo, es necesario resaltar que mi relación con mi maestra de español de undécimo grado, fue un poco atípica, pues comenzó desde mi niñez, muchos años antes de ella darme clases, y continuó por siempre. Ella fue una de las amigas de mi abuela Folla, quien también fue maestra. Quizás, su mejor amiga. Juntas compartieron muchos buenos ratos, y siempre que mi maestra visitaba la casa de mi abuela, me gustaba quedarme cerca de ellas para escucharlas hablar y conocer sus ideas y saber lo que pensaban de los asuntos del día a día que ambas discutían. De ambas, conservo hermosas anécdotas que muchos de sus buenos estudiantes aun atesoran o quienes quizás no fueron tan buenos, hoy recuerdan las suyas, y se aterran, pero afirman que gracias a ellas, hoy son hombres de bien. ¡Y escuchar eso, me enorgullece!
Por ejemplo, Gloria es recordada por llegar al nivel de estatura de sus estudiantes, trepándose en un pupitre y demostrar su gallardía, si alguno de ellos intentaba retarle. También es recordada por diversificar su clase de español y convertirla en una de teatro, para enseñar la poesía negroide de Luis Palés Matos. Gloria y mi abuela Folla fueron unas verdaderas pedagogas, de esa estirpe que hoy pareciera no existir, pero sé que existe, lo único que se ensombrece o difumina entre la falta de vocación, de voluntad, de capacidad y de intelecto de muchos llamados educadores, a quienes les falta pasión. Gloria y Folla, fueron de esas maestras que le cambiaron la vida a muchos e impactaron a muchos otros. Esas que hoy, aún muchísimos de sus estudiantes recordamos.
Al enterarme hoy de su muerte, vinieron estos y muchos otros recuerdos a mi mente. Vino mi abuela a mi mente, y como una película, llegaron muchos de estos lindos momentos, y sentí el deber de ir a presentarle “sus respetos” a la familia de Gloria, en su nombre. Dios me lo permitió, y pude abrazar a su esposo Efraín y a dos de sus hijos, y decirles que estaba allí en nombre de mi abuela Folla, quien murió hace más de 10 años. Ante su dolor, me regocijé de enterarme de la gallardía con la que Gloria afrontó su enfermedad, pues según me aseguró Efraín, nunca se quejó. Junto a Efraín, estaba Emilia Caro, otra pedagoga por excelencia, ahogada en llanto, ante la partida de su entrañable amiga. Simplemente, la abracé, y le dije al oído, “tranquila, de seguro, ya Gloria y Folla se encontraron”. Y sé que ambas regocijadas, nos continuarán enseñando, mientras nos protegen. ¡Descansa en Paz, Gloria Rivera!
Gloria Rivera, fue una mujer de baja estatura, de un tono de hablar muy particular y rápido, más la distinguía una determinación, una pasión y una vocación, indescriptibles. Su rol, siempre fue educar. Sin embargo, es necesario resaltar que mi relación con mi maestra de español de undécimo grado, fue un poco atípica, pues comenzó desde mi niñez, muchos años antes de ella darme clases, y continuó por siempre. Ella fue una de las amigas de mi abuela Folla, quien también fue maestra. Quizás, su mejor amiga. Juntas compartieron muchos buenos ratos, y siempre que mi maestra visitaba la casa de mi abuela, me gustaba quedarme cerca de ellas para escucharlas hablar y conocer sus ideas y saber lo que pensaban de los asuntos del día a día que ambas discutían. De ambas, conservo hermosas anécdotas que muchos de sus buenos estudiantes aun atesoran o quienes quizás no fueron tan buenos, hoy recuerdan las suyas, y se aterran, pero afirman que gracias a ellas, hoy son hombres de bien. ¡Y escuchar eso, me enorgullece!
Por ejemplo, Gloria es recordada por llegar al nivel de estatura de sus estudiantes, trepándose en un pupitre y demostrar su gallardía, si alguno de ellos intentaba retarle. También es recordada por diversificar su clase de español y convertirla en una de teatro, para enseñar la poesía negroide de Luis Palés Matos. Gloria y mi abuela Folla fueron unas verdaderas pedagogas, de esa estirpe que hoy pareciera no existir, pero sé que existe, lo único que se ensombrece o difumina entre la falta de vocación, de voluntad, de capacidad y de intelecto de muchos llamados educadores, a quienes les falta pasión. Gloria y Folla, fueron de esas maestras que le cambiaron la vida a muchos e impactaron a muchos otros. Esas que hoy, aún muchísimos de sus estudiantes recordamos.
Al enterarme hoy de su muerte, vinieron estos y muchos otros recuerdos a mi mente. Vino mi abuela a mi mente, y como una película, llegaron muchos de estos lindos momentos, y sentí el deber de ir a presentarle “sus respetos” a la familia de Gloria, en su nombre. Dios me lo permitió, y pude abrazar a su esposo Efraín y a dos de sus hijos, y decirles que estaba allí en nombre de mi abuela Folla, quien murió hace más de 10 años. Ante su dolor, me regocijé de enterarme de la gallardía con la que Gloria afrontó su enfermedad, pues según me aseguró Efraín, nunca se quejó. Junto a Efraín, estaba Emilia Caro, otra pedagoga por excelencia, ahogada en llanto, ante la partida de su entrañable amiga. Simplemente, la abracé, y le dije al oído, “tranquila, de seguro, ya Gloria y Folla se encontraron”. Y sé que ambas regocijadas, nos continuarán enseñando, mientras nos protegen. ¡Descansa en Paz, Gloria Rivera!