Raúl Carrero. Mis pensares; mi visión.
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Petra : la misma en la cima y también en el llano

6/26/2021

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¡Tu «Presidente Cadillac» está muy triste, desde que supo que te fuiste para no volver, Petra!
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Tan distinta al yagrumo, contigo nunca hubo ambages, pues, eras la misma en la cima y también en el llano.

Tus abrazos fueron siempre tan fuertes como tus convicciones. Y tus carcajadas tan sonoras como tu nobleza.

Tu energía, necesaria para propiciar la unión y la solidaridad que hace tanta falta en los círculos a los que pertenecías, estoy seguro que se transformará en susurros de empatía y en brisas de amor.

De seguro, Marta brindará risueña esta noche. A tu lado.

Te despido, pero, nunca olvidaré -y siempre daré gracias- por tu cariño, por tu confianza, por simplemente creer en mí, por adularme, por darme más ganas y, por tus abrazos, ¡ay, tus abrazos! Eran ricos, y creo que nunca te lo dije.

Los traguitos, los pinchos y las conversaciones informales, apoyados en el baúl de un carro estacionado en Hato Rey, fueron complicidad… y fueron momentos que también nos ataron en hermandad.

Te dejo ir… ve en paz… encuéntrate con tus amores… vive en la eternidad… y te confieso que saber que gozaste -como tú sabías- antes de morir, me sacó una sonrisa. Y saber que moriste en tu casita de Aguadilla, me confirma que todo en esta vida tiene un orden perfecto.
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Aquellos que lean este escrito, pero, no la conocieron, sepan que esta mañana, murió la señora Petra González, conocida como Petri, una puertorriqueña cabal, una servidora pública jubilada y una activa líder cooperativista, solidaria, recta y transparente. A quien conocí hace 20 años, y desde entonces, nos apreciamos, y quien me apoyó en mi desarrollo social y también profesional.

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¡LOS TURRONES DE COCO: RECUERDOS DE MI NIÑEZ!

6/9/2021

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Mis tíos, Goro y Losa, vivieron muchos años, en «el tira y jala», haciendo estos ricos dulces de cocos… ¡los famosos turrones de coco de Rincón!
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Día a día, se levantaban al amanecer a trabajar.

Tiogo se encargaba de pelar los cocos, cortarlos, sacarle su dura y blanca tripa, molerla, exprimir esa mezcla, y sacar una espesa, blanquísima y rica leche. Lo hacía detrás de la casa, en un pequeño rancho de madera, muy cerca de la cocina.

Losa, mientras colaba el café -literal, pues, lo colaba en un saco de tela- y hacia el desayuno, esperaba esa leche de coco, para comenzar su trabajo. La esperaba en una olla grande, con mucha azúcar, la cual calentaba y meneaba hasta lograr un gigante caramelo. Y mientras aguardaba por «el punto», que solo ella conocía, iba enfriando con mucho hielo un molde de mármol. Cada tirada era una especie de conjuro, que solo ella conocía, para lograr el caliente idóneo y el óptimo frío. De otra forma, se le dañaba su trabajo. ¡Y cuidando la temperatura del día, pues, un tiempo lluvioso y frío, podría afectar sus puntos!

Logrado el punto, vertía el gran caramelo en el mármol frío, y con sus dedos blancos, gorditos y en sus extremos rojos, iba despegando el caramelo del mármol, y lo iba uniendo hasta convertir un rollo, para pasarlo al lado contrario del mármol, que no estaba frío. Ahí esperaba justo el tiempo que ella conocía, y llamaba a Tiogo -a gritos si se le había ido muy lejos-, pues, no había tiempo que perder.

Y ahí, juntos, uno frente al otro, normalmente, ella contra la pared, sin importar si habían chistes, que eran los más, o peleas entre ellos, que también eran muchas, o cotidianas conversaciones entre esposos, o con quien llegaba sin haber sido invitado, pero, siempre recibían con sonrisas, comenzaba «el tira y jala». La punta de Tiogo la cogía Losa, pero, ella le devolvía su lado, y así él se lo devolvía, mientras ella hacía lo propio. Entre tirada y halada, como 8 o 10 minutos después, la viscosa mezcla marrón se convertía en un blanco dulce. Cómo si fuera un gran chicle.

Pero, al lograrlo, tenían que apresurarse a la mesa del comedor, ya que el tiempo era indispensable. Mientras menos se tardaran, más exitosos eran. Si perdían tiempo, la mezcla se endurecía, y se le rompía entre sus dedos. Así que muy rápido, Tiogo cortaba con sus manos la masa, en algunos 6 u 8 pedazos, no recuerdo bien. Y Losa, preparada ya con la futura envoltura de su dulce, estiraba la pasta hasta convertirla en el turrón que ven en la foto. Si había suerte, los niños teníamos el privilegio de echarle las grageas de colores, y ayudar con la envoltura, si tenías su autorización, luego de haber sido entrenado.

A los pocos minutos, la pasta caliente, se endurecía mientras iba enfriando. Era ahí, y solo ahí, que se podían envolver.

Los turrones fueron la vida de Tiogo y Losa. Decir que eras de Rincón te exponía a que te dijeran: ¡de dónde hacen los turrones! Y con orgullo responder: ¡sí, y los hace mi tía!

Los turrones fueron el sustento de su familia y el placer de una infinidad de personas que acudían a diario a comprarlos y llevar a distintos lugares del país y hasta a EEUU.

Aún, hoy, recuerdo las manos rojas de Losa, brillosas por la manteca que se untaba para poder soportar las altas temperaturas de esa masa caliente. Gracias a ese protocolo, y también a su sufrimiento, porque se quemaba, Losa tenía las manos más suaves que me han tocado y acariciado.
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Luego les contaré del arroz blanco que hacía, y del pega’o que lograba, y de las bolitas que te regalaba…

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    Raúl Carrero

    Abogado-Notario

    Carrero Crespo Law Offices, P.S.C.
    787-946-7621
    raul@carrerocrespolaw.com

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