Hoy, en medio de un potente aguacero en Rincón, recibí, junto a mi familia, la noticia de que Ñín, nuestra vecina de toda la vida, ha fallecido. Al recibir la noticia confieso que la sentí mucho, pero, a la misma vez, su partida la recibo con consuelo, con fuerza y ánimo, o sea, me reconforta.
Ñín, o mejor dicho, Antonia Nieves, fue una dama intachable, devota a su familia, entregada al prójimo y celosa por el bienestar de su comunidad. Una gran mujer, que sé que fue muy feliz, aunque en el ocaso de su vida, vivió muy triste. Su permanente tristeza comenzó con la muerte de su esposo Ismael, hace cerca de 10 años y se agudizó inmensamente con la muerte inesperada de su único hijo, Ismaelito, hace algunos 2 años. Su vida, desde entonces, quedó vacía, al punto de no desear vivir, como me manifestó un día. Ese sentimiento la debilidad a un punto tan agudo, que su deseo, se concretó.
Esa fue su realidad y aunque siempre se me dificultó entenderla, la comprendí.
Hoy, realmente, siento alegría, pues Ñín, concretó su sueño, su visión de mundo; no cuando ella quiso, sino cuando Dios se lo autorizó. Aún así, estoy convencido que su espíritu se alegra, evoluciona y trasciende al lugar donde ella quiso, desde hace unos años, estar.
Dios, sus ángeles, los suyos y los nuestros ya fallecidos, de seguro, ya la recibieron en sus puertas.
Ñín, o mejor dicho, Antonia Nieves, fue una dama intachable, devota a su familia, entregada al prójimo y celosa por el bienestar de su comunidad. Una gran mujer, que sé que fue muy feliz, aunque en el ocaso de su vida, vivió muy triste. Su permanente tristeza comenzó con la muerte de su esposo Ismael, hace cerca de 10 años y se agudizó inmensamente con la muerte inesperada de su único hijo, Ismaelito, hace algunos 2 años. Su vida, desde entonces, quedó vacía, al punto de no desear vivir, como me manifestó un día. Ese sentimiento la debilidad a un punto tan agudo, que su deseo, se concretó.
Esa fue su realidad y aunque siempre se me dificultó entenderla, la comprendí.
Hoy, realmente, siento alegría, pues Ñín, concretó su sueño, su visión de mundo; no cuando ella quiso, sino cuando Dios se lo autorizó. Aún así, estoy convencido que su espíritu se alegra, evoluciona y trasciende al lugar donde ella quiso, desde hace unos años, estar.
Dios, sus ángeles, los suyos y los nuestros ya fallecidos, de seguro, ya la recibieron en sus puertas.