Ofrecerle a Él, 40 veces, gracias, por cada uno de los vividos, o, inclusive, regalarle 14,600 agradecimientos, por cada día bien existido, no me basta. Por eso, vivo agradeciendo cada paso, cada tarea, cada propuesta, cada espera.
¿Cómo no agradecer lo que recibes? ¡Vida!
De camino a Madrid, en tren, mirando unas altas y verdes montañas, me pienso, me investigo, me evalúo, me planteo, y, más aún, me propongo, sin culipandeo. Y no lo hago por lo alcanzado, sino, por la responsabilidad que implica agradecer y no ser esclavo, por lo que viene.
Devolver con gracia lo que se ha conseguido es indispensable. Detenerse, de vez en vez, es ser gente.
Desde que me recuerdo -quizá con 3-, me he sentido amado, cuidado, educado, privilegiado. A mis padres les agradezco el hogar formado, y la rigurosidad del amor aplicado. A mis abuelos maternos, el amor desmedido, que, por ser tanto, aún se desparrama. ¡Ah, y la educación! La educación; esa que se adquirió "de la universidad de la vida", en la cual estudió Carmelo, mi abuelo. También a mi familia, les debo el sentido de la planificación, lo de ser fajón, la lealtad, la empatía, y la sensibilidad. Más, lo de cuidar el crédito, pues "es lo único con lo que contamos los pobres", como siempre me instruía mi madre, la maestra, la protectora. La verticalidad y rectitud, también las atesoro, y me han ayudado a pulirme y a exigirme; ¿esas?, esas vinieron de mi padre, el policía, el honrado, el mejor, el que no le debía, ni le debe, nada a nadie; solo a sus padres, mis abuelos, que muy pobres, le crecieron y le heredaron solo tesón. Ese, ese ya hoy medio viejo, nunca me regaló nada; pues, me obligó a ganármelo, es que, "a mí nunca me regalaron nada", decía.
Tuve perros, pero, también, cabras, vacas, primero 1, luego, 3, y hasta 2 patos, que luego fueron 22. Con esos animales, se me inculcó la obligación de proteger y cuidar lo que se ama.
También fui consentido, ¡y mucho! Aún recuerdo las canciones de mi madrina, su cariño, sin regaño, y también su avena, por mencionar algo, uno, en toda su faena. ¡Hoy, su olor, aún me hace pequeño!
La disposición, la prudencia, la elocuencia, también son de mi abuela, la maestra, la comprometida, la estudiosa. Esa abuela, Folla, aún no cesa en sus enseñanzas de rigor, como lo hacía cuando vestía como "Missis Rosas", en su salón, donde una tiza o un borrador los usaba para formar, pero, también para transformar; más recordada ha sido si atinó cuando los tiraba a quien no le apetecía observar. Ella, aún hoy dimensionada, me enseña, pues, vive en mí.
Ese centro, mi núcleo, aún me rige, luego de 8 lustros, que también han sido de gozos.
¡Mis maestros, a ellos y ellas, cuánto les debo! Los de escuela y los mentores de vida, ¡cuán sabios! ¡cuánta honra intento brindarles para pagar su esfuerzo!
Ya el tren me muestra una planicie, extensa, como referencia a que tanto aprendizaje de altura se honra caminando la vida de forma erguida, y aunque los años la apresuran, los pasos que doy en la llanura, se consuman en el riel incorruptible que impone el verdadero camino a seguir. Por eso, la vía, aunque curtí'a, se recorre, con alegría. Así de recto quiero seguir el trayecto.
¡Qué vengan 40 más, si Dios los concede!
¿Cómo no agradecer lo que recibes? ¡Vida!
De camino a Madrid, en tren, mirando unas altas y verdes montañas, me pienso, me investigo, me evalúo, me planteo, y, más aún, me propongo, sin culipandeo. Y no lo hago por lo alcanzado, sino, por la responsabilidad que implica agradecer y no ser esclavo, por lo que viene.
Devolver con gracia lo que se ha conseguido es indispensable. Detenerse, de vez en vez, es ser gente.
Desde que me recuerdo -quizá con 3-, me he sentido amado, cuidado, educado, privilegiado. A mis padres les agradezco el hogar formado, y la rigurosidad del amor aplicado. A mis abuelos maternos, el amor desmedido, que, por ser tanto, aún se desparrama. ¡Ah, y la educación! La educación; esa que se adquirió "de la universidad de la vida", en la cual estudió Carmelo, mi abuelo. También a mi familia, les debo el sentido de la planificación, lo de ser fajón, la lealtad, la empatía, y la sensibilidad. Más, lo de cuidar el crédito, pues "es lo único con lo que contamos los pobres", como siempre me instruía mi madre, la maestra, la protectora. La verticalidad y rectitud, también las atesoro, y me han ayudado a pulirme y a exigirme; ¿esas?, esas vinieron de mi padre, el policía, el honrado, el mejor, el que no le debía, ni le debe, nada a nadie; solo a sus padres, mis abuelos, que muy pobres, le crecieron y le heredaron solo tesón. Ese, ese ya hoy medio viejo, nunca me regaló nada; pues, me obligó a ganármelo, es que, "a mí nunca me regalaron nada", decía.
Tuve perros, pero, también, cabras, vacas, primero 1, luego, 3, y hasta 2 patos, que luego fueron 22. Con esos animales, se me inculcó la obligación de proteger y cuidar lo que se ama.
También fui consentido, ¡y mucho! Aún recuerdo las canciones de mi madrina, su cariño, sin regaño, y también su avena, por mencionar algo, uno, en toda su faena. ¡Hoy, su olor, aún me hace pequeño!
La disposición, la prudencia, la elocuencia, también son de mi abuela, la maestra, la comprometida, la estudiosa. Esa abuela, Folla, aún no cesa en sus enseñanzas de rigor, como lo hacía cuando vestía como "Missis Rosas", en su salón, donde una tiza o un borrador los usaba para formar, pero, también para transformar; más recordada ha sido si atinó cuando los tiraba a quien no le apetecía observar. Ella, aún hoy dimensionada, me enseña, pues, vive en mí.
Ese centro, mi núcleo, aún me rige, luego de 8 lustros, que también han sido de gozos.
¡Mis maestros, a ellos y ellas, cuánto les debo! Los de escuela y los mentores de vida, ¡cuán sabios! ¡cuánta honra intento brindarles para pagar su esfuerzo!
Ya el tren me muestra una planicie, extensa, como referencia a que tanto aprendizaje de altura se honra caminando la vida de forma erguida, y aunque los años la apresuran, los pasos que doy en la llanura, se consuman en el riel incorruptible que impone el verdadero camino a seguir. Por eso, la vía, aunque curtí'a, se recorre, con alegría. Así de recto quiero seguir el trayecto.
¡Qué vengan 40 más, si Dios los concede!